Pasó la noche en vela, sin que
los acontecimientos del día le dejasen conciliar el sueño, especialmente el de
la persona que había encontrado en la oscuridad de su edificio. Sólo había
conseguido verle por un instante, por lo que los detalles se hacían cada vez
más difusos, y ya no estaba tan segura de la semejanza que había encontrado
entre esa persona y Nith. Haciendo un gran esfuerzo, pues estaba segura de lo
contrario, se autoconvenció de que sólo había sido un producto de las sombras y
su imaginación.
Miró el reloj luminoso de su
habitación, que marcaba las 6 de la mañana. Cansada de dar vueltas en la cama,
se deshizo de las sábanas y se levantó de un salto. “Bueno-pensó-, al menos hoy
no llegaré tarde”.
Se dirigió al baño, entre
bostezos y cansancio, y el espejo le devolvió su reflejo sin piedad. Tenía unas
pronunciadas ojeras, que destacaban aún más el gris de sus ojos y su clara
piel. Su pelo castaño, a medio camino entre rizado y liso, era una maraña con
aspecto de ser difícil de volver a la normalidad. Hizo una mueca ante su imagen
e intentó componerse, con ayuda de algo de maquillaje, un cepillo y paciencia.
Se tomó su tiempo para desayunar
y vestirse. Recogió un poco la cocina y el dormitorio. Miró el reloj.
- –Bueno, por un día que llegue un poco antes, no
pasa nada. – Cogió el bolso y la carpeta. Tenía la mano en el pomo de la puerta
de entrada, dispuesta a abrirla, cuando vaciló. La mano tembló ligeramente
sobre el metal mientras recordaba la escena de la noche anterior. Sacudió la
cabeza. – Sólo fueron imaginaciones, Eva. Ya basta, no eres una cría. – Y abrió
decidida. La luz ya bañaba la planta, pareciendo mucho menos siniestro (aunque
se vieran bastante más las grietas y humedades de las paredes). Cerró la puerta
y bajó las escaleras, dispuesta a aprovechar el día de hoy y no pensar más en
el de ayer.
Se dirigió a la parada del
autobús, donde sólo había una mujer mayor sentada. Esperó, balanceándose sobre
la punta de los pies. Estaba mirando distraídamente a los lados cuando vio a
Nith doblar la esquina. Involuntariamente, la imagen de la persona de la
túnica, oculta entre las sombras, pasó como un flash por su mente. Comenzó a
ponerse nerviosa, aunque hizo su mejor esfuerzo por controlarse. Para su
alivio, el autobús apareció antes de que Nith llegase a su altura, y casi se
lanzó desesperada hacia la puerta. La anciana la miró con extrañeza y se sintió
sonrojar. Se sentó en un lugar al azar, clavando la vista fijamente en el
cristal, por lo que no pudo ver cuando el chico pasó con tranquilidad a su
lado, en busca de uno de los asientos del fondo.
Estuvo en tensión durante todo el
trayecto, intentando concentrar la mente en otros temas, pero se conocía
demasiado bien el recorrido del autobús como para volcar toda su atención en
él. Cuando llegó su parada, se demoró lo suficiente como para dejar que Nith
bajase primero. Eva guardó una distancia prudencial con él, viendo cómo la
mochila se balanceaba en sus hombros, botando con cada paso. Alguien se le enganchó del brazo, sacándola
de su trance.
- –¿Tú por aquí? ¡No me digas que llego tarde! –
Alejandra miró su reloj, fingiendo preocupación. Eva le sacó la lengua,
divertida.
- –Yo también puedo llegar a mi hora, ¿qué te
creías?
- –Y, para conseguirlo, has tenido que dejar de
dormir toda la noche, ¿verdad? Porque vaya mala cara traes, hija. – Eva se
llevó las manos a las mejillas, palmeándoselas, esperando que esos golpecitos
le trajeran algo de color.
- –¿Tan mal estoy? – Alejandra asintió con
solemnidad. Eva chasqueó la lengua. – Anda que me vas a dar ánimos, querida
amiga.
- –¿Qué? ¿Preferirías que te mintiera? De eso nada.
Soy una buena amiga que te ayuda a mejorar. – Eva se echó a reír.
- –Sí, claro. – Miró hacia delante y se dio cuenta
de que Nith se había perdido entre los estudiantes que llegaban también a la
facultad.
La jornada fue tranquila, así como la vuelta en bus. Su rutina iba volviendo a la normalidad, y se alegró de ser capaz de mantener a raya las preocupaciones sin fundamento que se había creado ella misma. Sacó el móvil para llamar a su abuela y avisarle de que iba de camino a casa, porque hoy comían juntas, cuando vio un cartelito en la pantalla del teléfono que le avisaba de que había 7 llamadas a las que no había contestado. Se alarmó y abrió la lista de llamadas perdidas, viendo que todas llevaban el mismo nombre. Luis.
La jornada fue tranquila, así como la vuelta en bus. Su rutina iba volviendo a la normalidad, y se alegró de ser capaz de mantener a raya las preocupaciones sin fundamento que se había creado ella misma. Sacó el móvil para llamar a su abuela y avisarle de que iba de camino a casa, porque hoy comían juntas, cuando vio un cartelito en la pantalla del teléfono que le avisaba de que había 7 llamadas a las que no había contestado. Se alarmó y abrió la lista de llamadas perdidas, viendo que todas llevaban el mismo nombre. Luis.
Dejó
escapar un largo suspiro. Era algo que esperaba. En las muchas crisis que había
tenido en los tres años de relación con Luis, en las que le había pedido algo
de tiempo y espacio, él nunca se lo supo conceder, llamándola y yendo a
buscarla a su casa insistentemente. Eva aún guardaba la esperanza de que esta
vez entendiera que era un fin definitivo, como le había hecho saber con
claridad, y desistiera. De hecho, esas dos semanas desde que rompieron habían
sido muy tranquilas, sin ninguna llamada o aparición desagradable por su parte.
Demasiado tranquilas, quizá. Borró las llamadas y marcó el número de su abuela.
- –¡Yaya! Estoy llegando, ve calentando la comida
si quieres, yo pongo la mesa cuando llegue. – La voz de su abuela le informó
que había hecho pollo asado para comer. Con mucho mejor ánimo, llegó hasta su
edificio, incluso olvidando que Nith caminaba tras ella, como cada día.
Subió hasta la tercera planta,
donde vivía su abuela. El olor a comida casera inundaba el lugar, y su estómago
gruñó, exigiendo alimento.
- –Venga, lávate las manos, que se enfría. – Eva asintió,
obediente, y puso la mesa en tiempo récord. Estaban ya ambas disfrutando de la
exquisita comida que sólo una abuela puede hacer, cuando su ésta habló. - –¿Cómo
te ha ido en las clases? – Eva se encogió de hombros.
- –Nada fuera de lo normal, la verdad. Muchos
apuntes y muchos trabajos.
- –Bueno, pues ya sabes, no te duermas en los
laureles. Que ya estás en la universidad y tienes que estudiar mucho para
sacarte la carrera y ser una buena enfermera el día de mañana. – Eva sonrió,
inevitablemente. Su abuela se había encargado, en muchos aspectos, del papel de
madre y de padre que tanto había escaseado en su vida.
- –
Lo sé, yaya. No te preocupes.
Después de recoger la mesa y la
cocina, Eva se despidió de su abuela y subió el único tramo de escaleras que la
separaba de su casa. Dedicó la tarde a pasar apuntes y dejó el imprimir el
trabajo que tenía que entregar al día siguiente para el último momento. Cuando
fue a echar mano de los folios, se dio cuenta de que se había quedado sin
ninguno. Miró el reloj del salón, que señalaba las 20.18. Salió disparada por
la puerta, cogiendo sólo las llaves y algo de dinero. Tuvo que recorrer casi
todo su barrio en busca de algún lugar donde le vendieran folios, hasta que encontró
una tienda dirigida por uno de esos asiáticos que parecía no tener la necesidad
de descansar o dormir.
Estaba doblando la esquina de su
casa cuando vio a un chico apoyado en su portal. Conforme se iba acercando, le
reconoció. Era Luis. Éste se giró hacia ella y la miró. Iba despeinado y tenía
pinta de estar enfadado. Eva apretó la bolsa en su mano y se encaminó hacia la
puerta, sin miedo.
- –Espera. – La voz del chico sonaba contenida, y a
Eva no le gustó lo que parecía esconder detrás de esa calma tensa. – Tenemos que
hablar.
- –No, no tenemos nada que hablar, Luis. Te lo he
dicho. – Eva le habló con dureza y sin ninguna duda en la mirada. – Estoy cansada
de esto. No quiero volver a verte, no ahora, ni tampoco quiero que esto acabe
peor. Porque ha acabado, métetelo en la cabeza. – Eva pudo notar cómo la mirada
de Luis se nublaba y un olor a alcohol le inundó las fosas nasales- ¿Has estado
bebiendo?
- –A ti qué te importa, no he venido aquí a hablar
de eso. – Había bebido. Le conocía demasiado bien como para no reconocer los
efectos de la bebida en cada uno de sus movimientos. – Vamos a volver a intentarlo.
- –No, no vamos a volver a intentarlo. Ya hemos
hablado de esto y… - Luis la interrumpió.
- –¡No! – Gritó, comenzando a estar fuera de sí. –
Yo no he hablado nada, tú has tomado las decisiones sola. Yo no quiero que esto
acabe, y no voy a dejar que lo estropees todo. – Eva estaba comenzando a sentir
miedo. Empezó a calibrar cómo de fuerte tendría que golpearle con los 500
folios que portaba para aturdirle y tener tiempo de esconderse en su portal
cuando algo pasó a su lado. Al principio sólo notó una leve brisa que le rozaba
el brazo, pero luego le vio. Era esa persona otra vez.
No sabía cómo lo sabía, pero lo
sabía: no era una persona. Era algo etéreo, un ser sin cuerpo pero visible.
Jamás había contemplado nada más extraño en su vida. Sin embargo, no gritó ni
salió corriendo, como cualquier persona normal hubiese hecho en su situación. No
le daba “miedo”; todo lo contrario, por loco o extraño que pareciese, le transmitía
tranquilidad y seguridad. El ser se puso tras Luis y la miró fijamente a los
ojos, como si quisiese decirle algo. Tenía una belleza exquisita: una larga y
lisa melena oscura de aspecto sedoso, una piel pálida y tersa como el mármol
más puro, un rostro anguloso de proporciones perfectas, unos ojos de un azul
límpido que la parecían atravesar con su mirada.
Luis la cogió por el brazo, sacudiéndola
y sacándola del trance.
- –¡…de relación por la borda!
- –¿Eh? – Eva le miró, confundida, y el enfado de
Luis fue aún en mayor aumento.
- –¡¿Ni siquiera me estabas escuchando?! – Eva notó
un dolor punzante en el lugar por el que Luis la tenía sujeta y donde estaba
imprimiendo más fuerza.
- –¡Suéltame, me estás haciendo daño! – Eva forcejeó
y notó cómo Luis reducía la presión. El ser le estaba hablando al oído y Luis
fruncía el ceño, pero no la soltaba. El ser tocó el brazo de Luis y éste, poco
a poco, aflojó su agarre, hasta soltarla.
- –Esto no puede quedar así, Eva. No podemos tirar
estos años a la basura. Sabes que nadie te va a querer como yo. Tenemos que
volver a estar juntos. Vamos a volver a estarlo. – El ser no dejaba de
susurrarle, pero el tono de Luis no dejaba de asustar terriblemente a Eva. El
ser tocó ligeramente la sien de Luis, y éste se llevó una mano a la frente.
Parecía confundido, como si le hubiese entrado una fuerte jaqueca. El ser la
miró y le hizo un claro gesto: huye, ahora.
- –Creo que es mejor que lo dejemos aquí. – Corrió hacia
la puerta y la abrió todo lo deprisa que pudo. Desde el vidrio que decoraba la
puerta, pudo ver cómo Luis hacía amago de perseguirla, pero el ser le puso una
mano sobre el hombro, sin ejercer fuerza, pero consiguiendo retenerle. Sin
embargo, había un mensaje claro en la mirada del chico que Eva entendió bien:
esto no quedará así. Un escalofrío recorrió la espalda de la muchacha, que
subió las escaleras a la carrera y se encerró en su casa, casi sin aire en los
pulmones.
Su cabeza era un torbellino de
imágenes. El paquete de folios cayó al suelo, con un sonido sordo. Intentó
recuperar el aliento y la sensatez, aclarar sus ideas y discernir qué era real
y qué producto de su imaginación. Pero esta vez no pudo achacar el extraño
encuentro a una mala pasada de su mente, porque el ser estaba allí, frente a
ella, de pie en la puerta de su salón, observándola.
Eva dio
un paso hacia el ser, que no se movió de su lugar. Llevaba la misma túnica de
un blanco impoluto, ligeramente ceñida al talle con un cíngulo plateado. No
había ninguna parte en aquel cuerpo perfecto que le decantara por un sexo u
otro; era andrógino, indeterminado, a medio camino entre los dos.
Y, de
pronto, lo entendió, como si una pieza hubiese encajado en su lugar, el click
de una cerradura siendo abierta por la llave correcta. No era sólo que ese ser
maravilloso se pareciese terriblemente a Nith: ese ser era, de alguna manera,
Nith.
Isa
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